PEDRO DE ALVARADO, MATANZA DEL TEMPLO MAYOR

PEDRO DE ALVARADO

Y MOCTEZUMA II

Pedro de Alvarado ayudó a Hernán Cortés en el secuestro del Huey Tlatoani de los aztecas, el emperador Moctezuma II.  Mientras lo tuvieron como rehén, Alvarado y Moctezuma simpatizaron; hay versiones de ambas simpatías, también de lo contrario (Pereyra p 111).

Pedro y Moctezuma platicaban junto a una de las fuentes,semejantes a las españolas, de los jardines del palacio, el agua salía por las fauces de una serpiente bellamente tallada en piedra.

Moctezuma era un poco menos alto que Alvarado, delgado, morenoclaro, pelo negro, lacio, hasta los hombros, barba rala, bigotes sólo en las comisuras de los labios, en esa ocasión usaba un manto de algodón blanco, bordado con grecas de colores vivos, sandalias amarradas en las pantorrillas, está triste por la situación de su pueblo y de él mismo al verse prisionero de los españoles.

Pedro de Alvarado platica con él, se siente de una raza y cultura superior, pero no puede resistir el carisma de Moctezuma, quien -por su parte- lo odia por ser su captor y guardián, pero tampoco puede sustraerse al carisma de Pedro

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PEDRO DE ALVARADO PIERDE LA COMUNICACIÓN AMABLE CON  MOCTEZUMA

La actitud de los aztecas, empezando por Moctezuma, cambió desde que Cortés salió al encuentro de Narváez.  Dejaron poco a poco de ser solícitos y se perdió la comunicación entre los dos altos mandos (Moctezuma y Alvarado, porque éste no tenía el ingenio político de Cortés).  Pedro se atenía a lo que los tlaxcaltecas le decían de los aztecas.

LA FIESTA DE TÓXCATL

Cortés salió en los primeros días de mayo, un poco antes de la celebración del dios Tóxcatl, fiesta muy importante y solemne de los aztecas, en el que se celebraba una festividad muy importante en honor de Tezcatlipoca -dios de dioses- «Espejo Humeante», ante cuyo poder caprichoso, absoluto y algunas veces hostil, los aztecas se sentían impotentes; antes de irse Cortés, Moctezuma había concertado con él que se celebraría según los rituales normales.

Para los aztecas las festividades eran las diversiones más espectaculares de sus rituales, pues en ellas conmemoraban los hechos épicos de sus dioses, imploraban su favor, les enviaban mensajes, celebraban sus victorias guerreras, etc. y le servían al pueblo y a los nobles para lucir sus mejores galas, cantar, bailar, comer, presenciar combates gladiatorios, etc.

Ya que en las ceremonias del dios de la guerra los hombres ejecutaban en la plaza del Templo mayor maniobras, simulacros de escaramuzas y batallas para deleite de los espectadores, Moctezuma había pedido la autorización de Cortés para llevarlas a cabo; el capitán la había dado, con la condición de que no llevaran armas y de que no se efectuaran sacrificios humanos.

El ritual consistía en sacrificar, en honor de Tezcatlipoca, a un joven de intachable perfección física, que se escogía desde un año antes para que durante ese tiempo gozara de todos los deleites y podía andar por la ciudad adornado de flores y luciendo su séquito de bellas mujeres; se le acataba como la imagen de Tezcatlipoca.

Veinte días antes de la celebración se le daban cuatro hermosísimas doncellas para que le proporcionaran todos los placeres sensuales y los últimos cinco días eran dedicados a opíparos banquetes.

El ritual se iniciaba con danzas en la explanada frente al templo mayor; los danzantes eran algunos sacerdotes y señores principales, ataviados con sus mejores galas y joyas.

En el momento de la gran ceremonia el joven elegido era conducido por los sacerdotes con toda solemnidad hasta arriba del templo; en cada escalón iba rompiendo una a una las flautas que había tañido durante el año que había durado su consagración.  Al llegar a la cima, el joven era colocado acostado sobre la piedra de los sacrificios, llamado téchcatl, le daban una bebida adormecedora para que no sintiera dolor cuando le abrieran el pecho con un cuchillo de pedernal y con toda solemnidad, le sacaban el corazón.  después de terminada la ceremonia, el cuerpo sin vida era bajado con  toda reverencia y le cortaban la cabeza para colocarla en el tzomplantli de las calaveras, situado enfrente de la puerta principal del templo y en cual se colocaban las cabezas de los sacrificados, insertadas en vigas puestas paralelamente una sobre otra, a fin de que las cabezas quedaran expuestas, cara afuera, para ser todavía reverenciadas por el populacho.  El ser elegido para este ritual era un honor para cualquier joven y todos deseaban esa distinción.

ALVARADO DEBE TOMAR UNA DECISIÓN

Alvarado estaba muy inquieto y sin la cooperación de la Malinche, no le era dado tener una clara explicación por parte de Moctezuma. los banquetes y festejos de los últimos cinco días lo habían tenido muy nervioso, máxime sabiendo que ese día se reunirían los más altos señores y guerreros de la Triple Alianza

Para aumentar su inquietud, una vieja indígena, queriendo congraciarse con la Malinche, le dijo que huyera antes de la celebración, porque los guerreros iban a atacar a los españoles (Solís) .           

EL PLAN DE LOS AZTECAS

Aprovechando la festividad y que Cortés había dado su anuencia sabiendo que iba a haber danzas y escaramuzas, los aztecas urdieron un ataque a los españoles, disfrazando a soldados como nobles para efectuar la danza en la explanada del Templo Mayor, sin llevar armas visibles -pero sí navajas de obsidiana escondidas entre las ropas- y luciendo sus mejores y más vistosas joyas, pues sabían de la obsesión española por el oro y las piedras preciosas; estos «nobles» serían la carnada para atraer al capitán y sus hombres a la explanada, mientras algunos «espectadores» -soldados disfrazados de gente del pueblo- recuperaban rápidamente sus armas que habían dejado en casas vecinas y cercaban a los españoles por la espalda.

Para no fallar, enviaron a mucha gente a correr el rumor de lo que pensaban hacer, porque querían estar seguros de que los españoles acudirían a la explanada.

Alvarado había notado muchos cambios en la actitud de los nobles de la corte desde que Cortés salió al encuentro de Narváez, por lo que se valió de espías tlaxcaltecas para que le informaran lo que pasaba en la ciudad; se le dijo que la gente estaba inquieta y misteriosa y que se hacían juntas en casas particulares, con actitudes que descubrían la intención.  Finalmente le dijeron que se estaba forjando una conjuración contra los españoles, y que la fecha sería en la fiesta del dios Tezcatlipoca, celebrado en el mes de Tóchcatl (20 de mayo de 1520), aprovechándose del baile, para luego incitar al pueblo a ir a rescatar a Moctezuma. Por supuesto esto era lo que querían los guerreros aztecas.

El día anterior por la mañana vinieron algunos nobles promotores de la fiesta a pedir la anuencia de Pedro, y él -puesto que no tenía ninguna seguridad- dio el permiso, con la condición de que no llevaran armas ni hicieran sacrificios de sangre.  Esa noche se enteró de que habían escondido armas en el barrio anexo al templo, con lo cual dejó de dudar y decidió asaltarlos al inicio de la fiesta, sin darles tiempo de tomar las armas ni levantar al pueblo.

Los aztecas habían logrado su propósito, pues los tlaxcaltecas rumoraban, muertos de miedo, que los aztecas los

atacarían aprovechando las danzas rituales de la festividad y su paranoia se fue contagiando a los españoles y sobre todo a Pedro, quien tenía toda la responsabilidad de las decisiones que debían tomarse; por una parte, si hacía oídos sordos a los rumores y eran atacados por sorpresa, podrían fácilmente ser eliminados a pesar de los miles de tlaxcaltecas que los acompañaban, por otra, si ellos atacaban primero aunque  los rumores fueran falsos… lo que podría pasar era que los españoles tuvieran la plaza sojuzgada por las armas en lugar de sólo por acuerdo (no supuso que los indios tuvieran la posibilidad de ganar la batalla si él los atacaba por sorpresa) y obtendrían un muy buen botín con las joyas de los celebrantes.

Cuando estuvo seguro de que se iba a efectuar el alzamiento, decidió que actuando de la misma manera que lo hiciera Cortés cuando tuvieron el mismo peligro, no sólo se salvarían , sino de felices resultados posteriores, puesto que al tener a su merced a las cabezas de los tres reinos y acabar con ellas, el pueblo, sin guía, sería incapaz de volver a sublevarse.

DIFERENCIAS ENTRE LOS SACRIFICIOS AZTECAS Y LAS TORTURAS ESPAÑOLAS

El día de la fiesta después de un rato a solas para poder tomar la decisión correcta, se dirigió al patio del templo donde ya habían comenzado los festejos (los españoles nunca entendieron que los que iban a ser sacrificados a los dioses se sentían honrados y quede esa manera se ganaban un destino semejante al cielo de los cristianos).

Encontró que iban a ser inmolados tres jóvenes durante las solemnidades previas a la ceremonia principal.  Ordenó que los tres muchachos (entre los cuales se encontraban dos parientes de Moctezuma) fueran sometidos al tormento de aplicarles brasas encendidas en el vientre, lo cual -además de doloroso- fue una vejación a la dignidad de los jóvenes, que estaban dispuestos a ser sacrificados en un solemnísimo ritual a sus dioses, sin más dolor físico que (después de beber un preparado de hierbas con droga para tranquilizarlos y evitarles el dolor) una pequeña sensación en el pecho al ser abierto, y luego la insensibilidad de la muerte al serles cortado el corazón, además de su estado mental y emocional de saberse destinados al paraíso de los sacrificados, que era uno de los mejores dentro de los 13 cielos de los aztecas.

El tormento a que los sometieron los españoles fue muy diferente, pues aparte de su dignidad herida por el maltrato, ellos ni estaban dispuestos emocionalmente, ni tranquilizados por ninguna droga, para soportar el dolor de sus entrañas quemadas por brasas ardiendo.

Los muchachos estaban en una situación muy difícil, pues les cambiaron las circunstancias para las que ya estaban preparados, y se encontraron con que en lugar de ser sacrificados a su dios, estaban siendo torturados para decirles a los españoles lo que éstos querían escuchar, pues -además- al traductor le decían:

-Di, Francisco, dicen que nos han de dar guerra de aquí a diez días.

Francisco les preguntaba en náhuatl, y aunque los jóvenes respondían que no sabían, Francisco les decía a los españoles.

-Sí, señor, sí señor.

Pedro interpretaba esto como que los interrogados estaban

aceptando que los indios los iban a atacar por sorpresa, sin enterarse de lo que realmente contestaban los torturados.

Mientras tanto, ya había empezado la danza en el recinto del templo, 2000 nobles, cargados de fastuosas joyas pero sin armas, bailaban al son de flautas, chirimías, caracolas y tambores.

Pero algo falló a los aztecas, que suponían que Pedro esperaría a tener la seguridad del ataque para actuar, porque a Alvarado, que no tenía el enorme ingenio y habilidad política de su jefe sólo se se le ocurrió (sin tener en cuenta las diferencias, y que las decisiones hábiles deben tomar en cuenta la diversidad de circunstancias en cada caso particular), fue hacer lo mismo que Cortés en Cholula (Pereyra).

ALVARADO ATACA POR SORPRESA, LA MATANZA DEL TEMPLO MAYOR

Alvarado dejó a la mitad de sus hombres custodiando a Moctezuma y a los prisioneros y a la hora señalada se

dirigió al templo con el resto, con el pretexto de la curiosidad que les causaba la fiesta.

Alvarado cubrió las puertas del patio mientras se llevaba a cabo la danza sin que los nobles danzantes se percataran de sus maniobras. y aunque había miles de espectadores, sin cuidarse de ellos dio la orden a sus soldados, que se lanzaron contra los danzantes cuando se hallaban desprevenidos y desarmados, iniciando la más horripilante y despiadada carnicería, cortando manos y cabezas, dando estocadas y lanzadas a diestra y siniestra, y a los que se acercaban a las puertas, intentando ir por sus armas, ahí los mataban.  Corría la sangre por el piso de mármol como si fuera agua de lluvia y toda la explanada estaba cubierta de cabezas, brazos y cadáveres; los españoles  buscaban por todos los rincones para rematar a los heridos. Una vez muertos todos, la soldadesca, ya sin control, se dio a la rapiña y al despojo de los cadáveres, entre los que se contaban no sólo los danzantes, sino infinidad de espectadores, mujeres y niños, pues los españoles una vez comenzada la orgía de sangre, no se fijaban a quien mataban.

La intención de Alvarado era castigar la «traición» de los aztecas y desunirlos, lo cual consiguió sin dificultad, pero los soldados españoles una vez iniciada la orgía de sangre, se dedicaron al pillaje y despojo de los cadáveres aún tibios de sus víctimas, arrebatándoles sus joyas

Situación muy difícil de controlar cuando los soldados (españoles) se encuentran vencedores con la espada en la mano y el oro a la vista.

La mayoría de los soldados aztecas disfrazados de nobles que estaban en la danza ritual fueron atacados por la espalda antes de lo que esperaban   y no tuvieron tiempo de defenderse, pues murieron en el acto. Muertos ellos, los soldados españoles atacaron al gentío sin ton ni son, hiriendo y matando a los que corrían espantados al ver semejante matanza; sin embargo, uno de los caudillos aztecas pudo huir herido, pues su atacante lo consideró muerto y, después de arrancarle su pectoral de oro y demás joyas, lo dejó tirado en el suelo, para ir a despojar al cadáver más cercano.  El noble indígena se arrastró lentamente, por sus heridas y para no llamar la atención de los españoles, y cuando finalmente salió del patio del templo se levantó dando voces para organizar a los hombres que ante la sorpresa no sabían qué hacer.  De inmediato envió a los hombres por sus armas y cuando tuvo disponible a un buen número de guerreros, dio la voz de guerra.

Los indios, ya organizados y bajo el mando de un jefe, atacaron vigorosamente a los españoles, que hasta ese momento se había dado impunemente al festín de sangre, muerte y botín; cuando los defensores entraron al patio y vieron la asquerosa rapiña española, se indignaron justamente y atacaron con toda la ferocidad que les nacía de ver a sus soldados junto con simples espectadores, mujeres y niños, yacer muertos por las armas de los españoles y despojados después de sus joyas y adornos valiosos, por unos despreciables seres que difícilmente podrían llamarse humanos, con la codicia brillando en sus ojos inyectados de sangre.

Acamactli, sacerdote dedicado al culto de Quetzalcóatl, se encontraba dentro del templo cuando se inició la matanza, al escuchar los alaridos de los españoles al atacar y los gritos de pánico de la multitud, se asomó y no podía creer lo que sus ojos estaban viendo; se encomendó a sus dioses y tomando un cuchillo de obsidiana de los que servían para abrir los pechos de los sacrificados, bajó las escaleras lo más rápido que su vestimenta le permitía; al ir descendiendo, buscó con la mirada a Tonatiuh, pues sabía que él se había quedado al mando de los invasores, lo localizó y tratando de pasar inadvertido se le acercó, justo en el momento en que se escuchaba el grito de guerra de Anacahuictli, el guerrero que había escapado herido.

Pedro soltó el collar de piedras preciosas que acababa de quitar a un noble muerto y levantó la vista para ver qué estaba pasando, cuando vio que los indígenas contraatacaban intentó dirigirse al centro de la acción  para organizar a sus bestias, pero no sin antes recibir una cortada en el brazo izquierdo, que le hizo Acamactli cuando Pedro iniciaba la carrera hacia donde se le necesitaba; Alvarado, debido a la excitación de la batalla, no sintió la cuchillada sino hasta varios pasos más allá, pero no se entretuvo en responderla, por lo que Acamactli se quedó frustrado con el cuchillo en la mano, cuando ya pensaba que tendría la oportunidad de matar al líder y ni siquiera pudo herir a ningún español más pues Pedro ordenó la inmediata retirada y los españoles huyeron en el acto.  lo único que pudo hacer el sacerdote, fue cerrar los ojos de muchos nobles muertos a traición por los invasores y organizar a las mujeres que no estaban muy malheridas para los funerales de tantas víctimas, aunque tal no fuera la usanza, pero los hombres debían cobrar venganza.

RETIRADA DE LOS ESPAÑOLES AL MANDO DE PEDRO DE ALVARADO, LOS AZTECAS LOS SIGUEN Y SITIAN EL CUARTEL

Al verse atacado por los defensores, Alvarado -herido por Acamactli- ordenó la retirada al Palacio de Axayácatl, donde tenían su cuartel, al cual llegaron unos segundos antes que sus perseguidores, quienes ya que no pudieron vengarse matándolos, se conformaron con sitiarlos, cortándoles el agua e impidiéndoles la entrada de alimentos. Pedro no tuvo la precaución de explicar los motivos de su sorpresivo ataque, ni de  decir que le habían informado de una traición y que los nobles tenían armas escondidas para acometer a los españoles.

Simplemente se retiró vencedor después del pillaje, lo que irritó tanto al pueblo, que tomó las armas contra los asesinos saqueadores, sin necesidad de que los nobles y los soldados los azuzaran (Solís, p 236\7), pues esta carnicería sobrepasó los límites de lo que podían soportar, porque ya habían sufrido la profanación de sus templos, la prisión de su monarca, habían tenido que aceptar como huéspedes a sus enemigos tlaxcaltecas y huejotzincas, y hasta se habían tragado insultos y profanaciones a su religión.

Los sentimientos de hostilidad y rencor acallados tan difícilmente por tanto tiempo se convirtieron en un alarido de venganza y todos los habitantes de la ciudad empuñaron las armas sitiando el cuartel de los enemigos.

Algunos intentaron escalar los muros, otros los minaron en algunas partes y les prendieron fuego. al verse en tan comprometida situación, Alvarado tuvo que recurrir a Moctezuma, quien después de mucho  aceptó subir a la azotea a ordenar el cese de hostilidades.  Los guerreros aztecas no querían obedecer y tildaron a Moctezuma de traidor, pero como aún era su Tlatoani, dejaron de atacar, aunque no levantaron el sitio, hasta que se enteraron que Cortés regresaba vencedor.    

REGRESO DE CORTÉS

Cuando, el 24 de Junio, el Capitán General entró en Tenochtitlan  por el barrio de Tlatelolco, los guerreros y el pueblo se habían retirado estratégicamente, dejando el acceso al Palacio de Axayácatl desierto y silencioso, lo cual no afectó a Cortés, aunque la situación fuera diferente a su primera entrada por la calzada de Iztapalapan, pues si bien en aquella ocasión había entrado en medio de aclamaciones, sólo lo acompañaba un puñado de compatriotas, y ahora venía con muchos más, del ejército de Narváez, que se le habían unido en Veracruz. Los aztecas lo dejaron entrar para tener a todos los enemigos juntos en el palacio y después sitiarlos para exterminarlos.

Cuando Cortés llegó al Palacio de Axayácatl, ignoró la bienvenida de Moctezuma, y después se negó a recibirle porque los aztecas habían vuelto a sitiarlos y su tropa casi no tenía qué comer y la poca agua salitrosa de que disponían no era buena para beber.

Cuando unos emisarios de Moctezuma le pidieron audiencia para el monarca contestó:

-¿Qué tengo que hacer con este perro rey que permite que nos maten de hambre a su vista?

Olid, De Avila y Velázquez trataron de calmarlo (Alvarado hubiera querido hacerlo, pero no se atrevió a hablar).  Cortés se enfureció más, sobre todo porque sospechaba que Moctezuma se había puesto de acuerdo con Narváez para el levantamiento de la fiesta de Tóxcatl (Alvarado no lo creía así).

-¿No nos traicionó el perro en sus comunicaciones con Narváez? ¿Y no nos deja morir de hambre ahora que sus mercados están cerrados? – se dirigió a los enviados de Moctezuma -¡Id y decid a vuestro amo y a su pueblo que abran los mercados o nosotros lo haremos por la fuerza!

CORTÉS REPRENDE A ALVARADO

Después se encerró en una habitación pues necesitaba hablar con Alvarado, al que escuchó con aparente calma, porque quería saber lo que realmente había ocurrido. Pensaba castigar a Alvarado si lo encontraba culpable, como se decía, de haber atacado sólo impulsado por la codicia para hurtar las valiosas joyas de los danzantes.

Cuando su capitán terminó su explicación lo observó adusto.

Al escuchar las razones de su capitán, que dijo haberse sentido amenazado y que actuó así sólo para ganar la delantera a los aztecas,  Cortés se conformó con reprenderlo duramente, por su arrojo y falta de previsión con que dejó casi sin vigilancia a Moctezuma; culpándolo por no justificar a voces con el pueblo la resolución que se vio obligado a tomar.  Finalmente, levantándose de su asiento y mirándolo duramente le dijo:

-Habéis hecho mal, no habéis correspondido a la confianza que deposité en vos, os habéis conducido como un hombre sin juicio.

Dándole la espalda bruscamente se apartó con manifiesto disgusto.

Cortés aceptó los razonamientos de Alvarado como válidos porque no era momento de dividir sus fuerzas, y menos de perder una espada tan diestra y valerosa como la de Alvarado (Solís P 236\7 )   (Prescott 347).

CONTINÚA EL SITIO Y CORTÉS LIBERA A CUITLÁHUAC

Al día siguiente el sitio continuaba, la ciudad seguía desierta y en las cortaduras de las calles, los  puentes*de las calzadas habían desaparecido.

Cortés le exigió a Moctezuma que ordenara la actividad normal de la ciudad, y éste le pidió la libertad de Cuitláhuac para que diera las órdenes, porque se necesitaba a alguien con mucha autoridad para que se acataran.

Cortés no midió las consecuencias y accedió a soltar a Cuitláhuac, hermano de Moctezuma, sin sospechar que  se uniría a Cuauhtémoc, su sobrino, que estaba a la cabeza de los sublevados. (Pereyra)

Cuitláhuac era hermano del monarca, por lo tanto de sangre real y con derechos de parentesco para asumir el poder cuando Moctezuma muriera; éste aún estaba vivo, pero -según el pueblo- en contubernio con los invasores. (Pereyra y Solís) Cuitláhuac al salir  convocó al Consejo Estatal (Tlallocan), que destituyó a Moctezuma y nombró Tlacatecuhtli al propio Cuitláhuac, que encabezó la ofensiva al palacio donde se guarnecían los españoles, pues siendo un jefe guerrero experimentado reorganizó las desordenadas tropas, urdiendo un plan de operaciones más eficaz, ordenando -por principio de cuentas- que levantaran los puentes levadizos que aún no habían quitado, para que el enemigo no pudiera huir.

CUITLÁHUAC ATACA A LOS ESPAÑOLES

Los españoles vieron con sorpresa cómo los indios, ordenados en espesas columnas, con brillantes pendones desplegados y reflejando la luz en sus yelmos, flechas y lanzas, avanzaban rápidamente hasta rodear por completo el palacio de Axayácatl, que era un conjunto irregular de edificios de piedra de un solo piso, salvo las torres del centro, que estaban rodeadas por un gran patio cercado por un muro de piedra no muy alto que, sin embargo, eran suficientes para detener el embate de los sitiadores.

Cuando los de  vanguardia se acercaron al muro, todos los guerreros aztecas prorrumpieron a una su penetrante grito de guerra, que hizo temblar a los tlaxcaltecas que sabían lo que podía significar, mientras los españoles, sudando frío, se plantaban más firmemente en el suelo apretando fuertemente sus arcabuces.  Un segundo después de escuchar el alarido de los aztecas, recibieron una   lluvia de flechas y piedras arrojadas con hondas desde afuera y desde las azoteas inmediatas.  Los españoles respondieron con una descarga general de artillería, arcabuces y ballestas, matando a muchos aztecas, pero seguían llegando más, dando la impresión de que salían de la misma tierra.  Desde las azoteas seguían llegando flechas y piedras, pero no hacían tanta mella en los sitiados como la  artillería a los sitiadores, que -al desconocer el daño que podían hacer las armas de fuego se habían lanzado confiados al ataque.

La caída de muchos de sus compañeros de vanguardia los hizo vacilar por unos segundos, pero reponiéndose y lanzando un nuevo grito de guerra, avanzaron sobre sus camaradas caídos.  La segunda y la tercera descarga pusieron un poco de desorden en sus filas, pero volvieron a la carga lanzando nubes de flechas de las cuales pocas daban en el blanco, no así las que arrojaban desde las azoteas, pues desde lo alto, los guerreros podían dirigir mejor su puntería; las piedras que arrojaban con hondas eran las que más estragos hacían sobre todo en los tlaxcaltecas y en los soldados veteranos de Cortés que eran los que menos defensa tenían.

A pesar de que muchos aztecas caían ante el fuego enemigo, algunos lograron trepar los muros de poca altura, pero los disparos de los españoles o los macuáhuitl de los tlaxcaltecas los repelían. Al ver lo inútil de su intento, trataron de rompen los muros golpeándolos con pesadas piezas de madera; al no lograr abrir brecha, quisieron prender fuego al cuartel español arrojando teas encendidas por encima de las troneras; las barracas de los tlaxcaltecas eran de madera y se incendiaron, causándoles gran perjuicio a los sitiados que apenas tenían el agua suficiente para beber, por lo que trataron inútilmente de apagar el fuego con tierra y finalmente para detenerlo tuvieron que destruir una parte de la muralla, que Cortés mandó defender con cañones y arcabucesque disparaban por la abertura a los sitiadores.

Era una lucha para vencer o morir.  Del patio del palacio se elevaban grandes llamaradas y espesas columnas de humo; las quejas de los heridos y moribundos no podían escucharse en medio de los gritos de los combatientes y el estruendo de cañones y arcabuces, unidos al silbido  de las flechas y piedras arrojadas por los aztecas.

Llegó la noche para dar respiro a los españoles, porque los aztecas rara vez peleaban en la oscuridad, aunque -de cuando en cuando- lanzaban una flecha o una piedra sólo para recordar al enemigo que seguían ahí.

Cortés no se esperaba esta ferocidad por parte de unos aztecas que le habían permitido posesionarse de uno de sus palacios, que no chistaron cuando secuestró a su emperador y que habían dejado entrar al enemigo hasta el corazón de su ciudad.  Sabía de los presagios que anunciaban su llegada y su victoria y se había aprovechado de ellos, pero los guerreros no eran tan supersticiosos como su emperador y cuando los ultrajes llegaron al límite reaccionaron como lo que eran: un pueblo guerrero.  A pesar de la lucha del día anterior, Cortés pensó que el ataque sólo había sido una exaltación pasajera que se disiparía pronto, así que al día siguiente quiso hacer una salida para castigar a los aztecas y mostrarles quien era el jefe.

Sin embargo, aún no aprestaban sus armas, cuando empezaron a recibir andanadas de flechas y al asomarse vieron que el ejército había aumentado y no tenía la apariencia de «populacho enardecido», sino que  era un ejército regular, dividido en batallones cada uno con su respectivo estandarte, cuyas insignias mostraban que pertenecían a las principales ciudades del valle; el principal era -naturalmente- el de  Mexhico Tenochtitlan, con el águila devorando una serpiente, posada sobre un nopal, todo ello bordado con plumas.  Entre los guerreros se podía distinguir a los sacerdotes que los animaban a vengar a sus ultrajados dioses.

Antes de que los aztecas atacaran, Cortés ordenó que un grupo saliera después de una descarga general de artillería y fusilería que acabó con buen número de sitiadores, lo cual aprovecharon los españoles para salir al mando de Cortés, rodeado por su infantería y varios miles de tlaxcaltecas.  Hubo sorpresa entre los sitiadores, pero se reorganizaron refugiándose tras barricadas que ya tenían preparadas y aunque muchos murieron traspasados por lanzas y espadas, también diezmaron al invasor, pues lo atacaban por todos los flancos, incluso algunos suicidas se abrazaban a las patas de los caballos mientras otros trataban de tirar a los jinetes para acabar con ellos ahí mismo con su temible Macuáhuitl o, peor, eran llevados en una canoa al altar de los sacrificios, donde los sacerdotes felices llevaban a cabo su labor.

Los que más afectaban a los españoles eran los guerreros colocados en las azoteas, pues lanzaban miles de flechas y piedras con tanta fuerza que tiraban a los caballeros de un sólo golpe.  Viendo esto, Cortés ordenó prender fuego a las casas, que aún siendo de piedra tenían muchas cosas inflamables, pero entre las construcciones había grandes espacios, canales y puentes levadizos, así que el fuego no se propagaba y la destrucción de la ciudad fue lenta.

Fue un combate de ataques y retiradas en que ambos contendientes tenían graves pérdidas, pero aunque los aztecas perdían más soldados, les llegaban refuerzos, cosa que no sucedía con los españoles, que sufrían más por la pérdida de un hombre que los otros por la de cien.

Cortés finalmente, al ver la ferocidad de su enemigo -que ni él ni los que habían servido en Italia y Turquía, habían visto jamás- ordenó la retirada, no sin que los aztecas cargaran sobre ellos con nutridas andanadas de flechas y piedras; aunque no pudieron entrar tras los enemigos, acamparon fuera del palacio con la misma resolución del día anterior.

DESTITUIDO MOCTEZUMA, LOS AZTECAS PUDIERON ATACAR A LOS ESPAÑOES

El capitán español había cometido un error de juicio al pensar que los aztecas podrían sufrir calladamente todos los insultos que les había hecho; si lo habían soportado sólo se debía al respeto que le tenían a Moctezuma, pero no al miedo que pudiera haberles inspirado Cortés y su ejército, por muchas armas de fuego o caballos que trajera; pero una vez quitado el freno que los detenía, manifestaron sus violentas pasiones, que demandaban vengar las afrentas recibidas, máxime habiendo sido hasta entonces los señores de un gran imperio.

Al día siguiente el Palacio de Axayácatl fue atacado varias veces por los aztecas y los españoles tenían que defenderse con toda la artillería para evitar que entraran al cuartel. cosa que algunos lograron, aunque sólo encontraron la muerte.  De cualquier manera el incidente preocupó a Cortés, pues hubo momentos en que los soldados temieron que su cuartel fuera tomado por asalto.

CORTÉS OBLIGA A MOCTEZUMA A CALMAR A SU PUEBLO

Ese día Cortés dio la orden de construir una especie de castillos rodantes para defenderse y a la vez tener posibilidad de alcanzar las azoteas y atacar a los aztecas que los hostilizaban desde ellas, y temeroso de que entraran al cuartel, demandó a Moctezuma, amenazándolo con matar a sus hijos si no lo hacía, que calmara a la muchedumbre hablándoles desde la azotea, a lo cual accedió el monarca, no por la amenazas de su captor, sino porque sabía que Cuitláhuac ya había tomado el mando y quería darle instrucciones, pues cuando los españoles lo dejaron libre no pudo hablar con él.

Teniendo la certeza que si en su discurso hacía veladas alusiones a algunas de las históricas arengas de Tlacaélel[i], Cuitláhuac entendería el sentido real de sus palabras, aunque éstas dijeran lo contrario.   Aceptó hablarle al pueblo desde la azotea del Palacio donde se encontraba prisionero de los invasores.

Los guerreros y el pueblo que estaban atacando el palacio lo reconocieron de inmediato, pues su manto blanco con grecas de colores vivos y orlado con hilo de oro y su penacho también blanco, que eran las vestiduras imperiales, sólo él podía usarlas.

Cortés lo liberó de sus cadenas para que los atacantes no se sublevaran más, pero ordenó que colocaran una lanza en su espalda y Moctezuma caminando despacio, subió con toda dignidad a la azotea para hablarle a su gente. Se paró cerca del pretil, pero cuidando de no pisar el dibujo que había en el suelo, con la figura de un águila sobre un nopal, y en el pico una serpiente,   sobre un círculo rojo como fondo. Ver este símbolo confortó su corazón y se dispuso a hablar.

Sabía que Su discurso lo iban a traducir, como siempre, Malintzin y Jerónimo de Aguilar, pero él estaba seguro de que desconocían la Historia oral de Tehochtitlan, así que no había peligro de que entendieran lo que implicarían sus palabras.

Comenzó por aplacar (aparentemente) a su pueblo, diciéndoles:

-¡Amado pueblo mío!, recuerda cuando comenzó nuestro Imperio… ten presente que cuando éramos vasallos de los tecpanecas teníamos muchos conflictos internos… ¡no los repitamos! 

El populacho se calmó al oírlo. Moctezuma continuó:

-¡Recuerda la arenga de Tlacaélel al tomar el poder…!

Calló por un momento para dejar que los guerreros que lo escuchaban recordaran lo que todos conocían (por medio de la historia oral), del discurso del Gran Sacerdote Tlacaélel cuando recibió su investidura:

«¿Qué es lo que hacéis tenochcas?

                        ¿Cómo puede haber cobardía en el

                        pueblo de Huitzilopochtli?

                        Meditad, buscad un medio para nuestra

                        defensa y honor y no aceptemos entregarnos

                        afrentosamente en manos de nuestros enemigos.

                         Este es el sitio donde el águila despliega

                        sus alas y vence a la serpiente.

                        ¿Quién no lo defenderá?

                        ¡Que resuenen nuestras voces anunciando

                        al mundo la contienda!

                        El tiempo de la ignominia y la degradación

                        ha concluido, ya es tiempo de nuestra gloria,

                        ya las flores de guerra abren sus corolas.

                        ¡Que llegue la aurora!, nuestros pechos serán

                        murallas de escudos, nuestras voluntades lluvia

                        de dardos contra el enemigo.

                        ¡Que la tierra tiemble y el cielo se estremezca,

                        los tenochcas han despertado y se yerguen para 

                        el combate!

El discurso iba dirigido a todos, pero especialmente dedicado a su hermano Cuitláhuac, quien además de conocer la arenga que pronunció el Gran Sacerdote azteca al recibir la investidura, también recordaba aquélla que escucharon él y su hermano mayor Moctezuma juntos, cuando eran niños,  en la malhadada ocasión en que los aztecas no pudieron vencer a los tarascos, y el Gran Sacerdote le informó al pueblo la derrota; en esa ocasión había dicho:

                        «…La derrota de un pueblo, la pérdida

                        de su poderío no sobreviene por fracasos

                        en un campo de batalla, sino por la quiebra

                        interior de la voluntad.  Sólo está vencido

                        quien acepta estarlo.

                        …La lucha verdadera y decisiva tendrá lugar

                        en el corazón de cada uno de los tenochcas.

                        ¿Quién logrará el triunfo en este combate? 

                        ¿Quién obtendrá la victoria?»

El monarca prosiguió dirigiéndose al pueblo aparentemente para calmarlo, pero Cuitláhuac sabía que lo que realmente les decía era que no permitieran, a ningún costo, la afrenta que les hacían los españoles; que aún a riesgo de su muerte, Moctezuma les pedía -les exigía- que atacaran sin cuartel. Cortés escuchaba atentamente a Malintzin y a Aguilar que traducían palabra por palabra, sin darse cuenta del significado real de éstas.

Frente al palacio, Cuitláhuac comprendió y dio escuetas órdenes a los guerreros que volvieron a atacar a los españoles que se encontraban en la azotea -entre ellos Cortés y Alvarado- a pesar de que Moctezuma también estuviera ahí.

CORTÉS ASESINA A MOCTEZUMA POR LA ESPALDA

Cortés al ver la reacción más violenta de los sitiadores, y que arreciaban el ataque, pensó que sólo les quedaba la huida, pero tenía que distraer al enemigo; al mismo tiempo, si huían con los señores que tenían presos junto con Moctezuma, éstos les estorbarían, así que decidió matarlos a todos para que el pueblo se entretuviera en la ceremonia de los funerales, mientras ellos huían.  La andanada de flechas y piedras que estaban recibiendo, le dio la idea y subrepticiamente metió la mano debajo del manto de Moctezuma para clavarle un puñal por la espalda quitándole la vida al monarca; abarcó con su pétrea mirada a los presentes y sólo dijo

-Lo mató una pedrada de los suyos.

Todos asintieron, aunque vieron lo que realmente había pasado.

Bajaron rápidamente de la azotea y varios soldados se encargaron de golpear el cadáver en la cabeza y  el cuerpo, mientras otros asesinaban a sangre fría a los señores aztecas que tenían presos junto con Moctezuma.

De esto sólo se enteraron Cortés, Alvarado, Sandoval, Malintzin, Aguilar y dos o tres soldados de confianza, los demás estaban alejados del monarca cuando Cortés lo asesinó por la espalda y los que no subieron con ellos, sólo se enteraron de que Moctezuma había muerto a causa de una pedrada de los aztecas.

La mayoría de los españoles que tuvieron trato con Moctezuma sintieron una gran consternación por su muerte, aunque no había mucho tiempo para pensar en ello.  Cortés ordenó que vistieran al monarca con sus mejores galas y que, cuando fuera el tiempo  conveniente, seis sacerdotes aztecas deberían entregarlo al pueblo para las correspondientes exequias, consciente de que esto los entretendría mientras el y sus soldados huían.  Los españoles entregaron el cuerpo de Moctezuma hasta el 29 de Junio.                                                                 

Como sabía que a Moctezuma se le tenía como semidiós, supuso que no se atreverían a examinar el cuerpo, así que sólo informó lacónicamente a los sacerdotes que el monarca había fallecido a causa de una piedra lanzada por su misma gente.

RITOS FUNERARIOS PARA MOCTEZUMA

Cortés acertó en cuanto a que los funerales los harían con todos los honores; puesto que ya estaba vestido con sus mejores galas, lo único que hicieron sus súbditos fue colocarlo -con grandes esfuerzos, pues ya tenía tiempo muerto- en posición sedente, con las rodillas cerca de la barba, envolviéndolo y sujetándolo con ricas telas; lo adornaron con finísimas plumas y con sus insignias reales antes de incinerarlo, y mientras el cuerpo era consumido por las llamas entonaron los cánticos acostumbrados, mientras algunos lloraban y sollozaban.  El fuego crepitaba como chisporroteando, las llamas se elevaban como lenguas, y el cuerpo de Moctezuma olía a carne podrida chamuscada, puesto que ya tenía dos días de muerto.

Algunos de los guerreros presentes recordaban en voz alta.

-He aquí el Gran Tlatoani que a todo mundo infundía miedo,

              que en todo  el mundo causaba espanto, en todo el mundo era

              venerado en exceso, todo el mundo le acataba estremecido.

              -He aquí el que aniquilaba al que lo ofendiera en lo más

              mínimo. 

              -¡Que Huitzilopochtli esté siempre contigo, Gran Señor 

              Moctezuma!

Después, con gran ceremonia, colocaron las cenizas junto con cuentas de jade -símbolos de vida- en una hermosa urna, para luego enterrarlo en Chapultepec, donde el monarca tenía un palacio, porque no quisieron hacerlo en el templo de Huitzilopochtli, debido a las batallas que estaban teniendo lugar en esa zona.

Esto no fue causa de que cesaran las hostilidades, aunque sí disminuyó el número de sitiadores, lo cual aprovecharon los españoles para intentar huir, pero los aztecas después de terminado el funeral regresaron con mayor fiereza a exterminar al enemigo.

El día 28 de junio de 1520

Quinientos guerreros aztecas, entre los cuales había muchos nobles y jefes militares de alto rango, llevando víveres y pertrechos de de guerra para varios días, se habían situado en un teocalli desde donde podían atacar el interior del palacio, descargando sobre los sitiados una tempestad de flechas y piedras tal, que  los españoles no podían dejar los parapetos ni un momento, en tanto que los aztecas se atrincheraban en el santuario y no les podían hacer daño, por lo que Cortés ordenó a Ordaz que asaltara el teocalli e incendiaria los santuarios, cosa que no pudo hacer, pues tres veces lo intentó siendo fieramente rechazado.

Los españoles iban protegidos por los ingenios en los que cabían 20 hombres a salvo de las flechas y piedras que les lanzaban, para poder destruir casas y barricadas de las calles, llevando picos , azadones y varas de hierro, salieron a destruir casas, pero su maniobra no tuvo éxito pues el ataque de los indios fue muy violento y los españoles y sus 3 mil aliados tlaxcaltecas tuvieron que abandonar sus ingenios y regresar a la fortaleza.

Sabiendo que su único recurso era forzar la salida para comunicarse con tierra firme, Cortés envió varias veces a sus hombres a tratar de destruir los edificios circunvecinos para tener espacio suficiente para las maniobras de sus soldados, pero el fuego que prendía a las casas cercanas no se propagaba, por el espacio que dejaban los aztecas entre una y otra casa; cada vez que los españoles salían, tenían que regresar al cuartel, porque los enemigos los inmovilizaban en las estrechas callejuelas.

En sus retiradas tanto Alvarado, como Sandoval, Olid y otros capitanes se detenían si veían a algún camarada (capitán o soldado) en aprietos, para que todos llegaran a salvo de regreso al cuartel.

Los que más daño les hacían a los españoles eran los aztecas parapetados en el templo, pues desde ahí enviaban andanadas de flechas al invasor, mientras ellos estaban cubiertos por los santuarios, a salvo del fuego de los españoles.

BATALLA EN EL TEMPLO MAYOR DE TENOCHTITLAN

Sabiendo Cortés la absoluta necesidad de tomar aquel punto, decidió dirigir la siguiente salida, a pesar de tener herida la mano izquierda; se amarró un escudo a ella y acaudillo al grupo compuesto por Alvarado, Ordaz, Sandoval, Olid, Velázquez, otros capitanes, 300 soldados españoles y más de 3000 aliados tlaxcaltecas.

Un gran número de indios esperaban el ataque  en el atrio del templo y los españoles se lanzaron sobre ellos, pero el piso de mármol pulido era demasiado resbaladizo para los caballos y muchos de ellos cayeron a tierra.  los españoles desmontaron prontamente y enviaron los animales al cuartel; renovando el asalto lograron con gran dificultad dispersar a los indios que defendían sus posiciones con la vida, tratando de impedir al enemigo el acceso al teocalli, que no era fácil pues para llegar arriba, los españoles tanían que escalar una gran escalera de piedra que los llevaría a la primera plataforma, donde se encontraban muchos  guerreros enemigos, venciendo a estos, tendrían que subir otra escalera hasta la segunda plataforma, la tercera, la cuarta y finalmente alcanzar la explanada superior, pero en cada plataforma había muchos guerreros que vencer; sin embargo, Cortés se lanzó a la carga y tras cruenta lucha cruzó el atrio e inicio el ascenso seguido por Alvarado y otros capitanes que se batían con denuedo.

Cortés dejó al pie de la escalera un cuerpo de arcabuceros y miles de tlaxcaltecas para que contuvieran al enemigo y mientras él y su grupo luchaban para alcanzar la cima.  Para avanzar tenían los españoles que luchar cuerpo a cuerpo con los guerreros que defendían escaleras y plataformas, y esquivar los proyectiles que les lanzaban desde más arriba, los aztecas además de piedras y flechas habían subido grandes vigas que incendiaban y luego arrojaban a sus enemigos para detener su ascenso.  Algunas tiraban a los españoles logrando dispersarlos por momentos.

En cada plataforma se llevaba a cabo una lucha cuerpo a cuerpo, que muchas veces resultaba en que ambos combatientes cayeran al vacío.  Uno de los defensores del teocalli era el sacerdote de Quetzalcóatl, Acamactli, que ya había herido a Tonatiuh (Alvarado) el día de la matanza del templo; cuando los capitanes llegaron a la última plataforma, donde él se encontraba, buscó con la mirada la roja barba del salvaje Tonatiuh y se dirigió a él para tomarlo preso y ofrecerlo en sacrificio a Huitzilopochti (al ser sacerdote del dios  Quetzalcóatl él no hacía sacrificios humanos, pero después de la masacre comandada por Alvarado, estaba dispuesto a mancharse las manos con su sangre, en desagravio por aquella carnicería).

Cuando se encontraron frente a frente, Acamactli llevaba un macáhuitl, pero no era muy diestro en su manejo, en cambio Alvarado (Tonatiuh para el sacerdote), era uno de los capitanes más hábiles con la espada; Acamactli lanzó un golpe con su arma, pero falló y dio un traspié a causa del impulso, Alvarado lo tuvo a su merced y alzó la espada para cortar la cabeza del enemigo, pero sus miradas se encontraron y algo detuvo la mano del español, que, sin más, asestó el golpe en otro enemigo que se acercaba a él desde el lado izquierdo, logrando herirlo y luego lanzarlo al vacío.  Acamactli, con una rodilla en el suelo, tuvo dificultad para reponerse de su orgullo herido, por no haber sido podido  matar al español cuando pudo hacerlo y porque éste le había perdonado la vida.

Mientras el sacerdote se levantaba, con ánimos de un nuevo intento de matarlo, Pedro ya estaba lejos luchando con uno de los nobles que defendían esa plataforma y un soldado español llegó a rematar a Acamactli, a quien dió un tremendo golpe con su espada, haciéndolo perder el sentido, pero no la vida; creyéndolo muerto, volteó a defenderse de un guerrero que lo atacó brincando el cuerpo del sacerdote.

Los guerreros y nobles aztecas defendían con denuedo su posición, pero los españoles estaban decididos a arrebatárselas y con muchas dificultades fueron subiendo escalón por escalón (eran 100) cada una de las 5 plataformas, hasta llegar a la cima.  Una vez en la explanada superior ambos bandos se empeñaron en un combate a muerte; tenían espacio suficiente, pues hubieran cabido hasta 1000 combatientes, luchando a brazo partido sobre el resbaladizo piso de mármol cubierto a cada instante por más y más sangre tanto de aztecas como de españoles.

LUCHANDO POR SU RELIGIÓN

En uno de los extremos estaban dos santuarios, uno dedicado a Tláloc, el dios del agua (en el que Cortés ya había colocado una cruz) y el otro para honrar a Huitzilopochtli, el dios de la guerra, y en el cual se encontraba la piedra de los sacrificios.

Ambos bandos luchaban por su religión a la vista de sus respectivos dioses y dispuestos a dar la vida en defensa de sus creencias; no pedían ni daban cuartel.

Muchas veces los que combatían cuerpo a cuerpo cerca de la orilla, caían al vacío sin soltar su presa.

La batalla duró tres horas y aunque los señores aztecas defendieron el teocalli con valor y desesperación, el número de los atacantes era muchas veces superior, pues a los 300 españoles que subieron al principio, se les unieron cerca de mil tlaxcaltecas cuando el paso estuvo libre y la desigualdad en el número dio el triunfo a los españoles y sus aliados.

Poco a poco fueron muriendo los guerreros aztecas y sólo sobrevivieron algunos sacerdotes a quienes los españoles tomaron presos; entre ellos no se encontraba Acamactli, pues cuando terminó la batalla aún se hallaba sin sentido y lo tomaron por muerto.

Los españoles perdieron 40 soldados y casi la mitad de los talxcaltecas que subieron con ellos.

Lograda la victoria, los españoles se dirigieron a los santuarios y se encontraron con que los sacerdotes habían quitado la cruz y la imagen de la virgen del santuario de Tláloc, entonces se dirigieron al de Huitzilipochtli y con gritería salvaje arrancaron la efigie del dios para arrojarla por la escalera del teocalli, para horror de los aztecas que aún peleaban abajo.

Después prendieron fuego al santuario y las llamas arrojaron una fatal luz sobre la ciudad, el lago y el valle, para beneplácito de los invasores y horror de los aztecas y pueblos circunvecinos que veían en este hecho un desafío de los blancos no sólo al poder humano (ellos, el pueblo invadido), sino también al poder divino de los dioses.

Era tal el espanto de los aztecas por ese sacrilegio a su dios de la guerra, que los españoles pudieron bajar y llegar a su cuartel sin que los guerreros aztecas hicieran nada por impedirlo, pues quedaron aturdidos y estupefactos.

CORTÉS PREPARA LA HUIDA

Cortés, después de salvarse de una celada, decidió huir esa noche (30 de Junio) y mandó construir un puente de vigas movible, para que pudieran colocarlo en los cortes de la calzada y después de haber pasado, quitarlo entre varios hombres de la retaguardia.

Cortés consultó con sus capitanes si debían salir a la mañana siguiente o esa misma noche, aunque ya tenía decidido que saldrían de inmediato, pero quería -como siempre- que fueran sus hombres los que aparentemente decidieran qué hacer.  Había votos para ambas alternativas, pero la mayoría decidió que sería por la noche.

Cortés ya lo había decidido, porque uno de sus hombres, un tal Botello, astrólogo aficionado le dijo que si no salían esa misma noche, dejando pasar una constelación favorable que estaba por cambiar, perdería la mayor parte de su ejército, ya que la siguiente constelación no era afortunada (Solís 255) y podía resultar en la muerte de todos si no salían esa misma noche (Pereyra, 117)

Y esa misma noche del 30 de junio de 1520, después conocida como “La  Noche Triste” huyeron…

Para referencia histórica, continúa en:

https://2012profeciasmayasfindelmundo.wordpress.com/2014/03/11/hernan-cortes-y-la-noche-triste-o-de-victoria-para-los-aztecas/

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Post basado en Hernán Cortés, La Noche Triste y  mis Regresiones a Vidas Pasadas:

http://aquevineadondevoy.wordpress.com/2014/03/10/yo-ame-a-pedro-de-alvarado-2-a-precuela-hernan-cortes-y-la-noche-triste/

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[i] Tlacaélel: Gran Sacerdote, que fue el «poder detrás del trono» con varios

tlatoanis (Itzcóatl, Moctezuma Ilhuicamina, Axayácatl y Tizoc), y que hizo

de Mexhico Tenochtitlan un gran imperio.

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4 pensamientos en “PEDRO DE ALVARADO, MATANZA DEL TEMPLO MAYOR

  1. Euruba7099

    Hace mucho que no te leía, ya ni me acordaba que hay que hacer click en el título para poder comentar. Me leí todo tu post (y mira que es largo) de una sola vez, no podía dejar de leer, haces que la historia parezca novela. Duele leer esos hechos, al menos a mí. Te felicito por lo que escribes y cómo escribes

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    • Muchas gracias por tu comentario y quiero decirte que extrañaba tus comentarios y «me gusta», qué bueno que de nuevo me lees. El post sí es largo y mira que lo resumí lo más que pude. A mí también me duele recordar todo esto de nuestra historia. Gracias de nuevo, saludos

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  2. Que hermosa foto del descenso de Kukulcán en Chichen Itzá, como muy pocas veces lo he podido ver en una imagen. Saludos!

    Le gusta a 1 persona

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